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Parque Natural de Cabo de Gata - Níjar

Joe Strumer estubo enamorado del Paruqe atural de Cabo de Gata. A todos los habitantes de la zona nos afectó la noticia de su muerte. Aquí publicamos un «epitafio» recbido en este portal.

Joe. In memoriam.

Como una bomba brutal y despiadada ha llegado la terrible noticia: Joe ha muerto; es ésta –¿acaso no todas?- una muerte inesperada, gratuita y sinsentido, que hace brotar primero la incredulidad, luego la desesperanza y, finalmente, las lágrimas de los que le queríamos. Y parece difícil pensar que no le quisiéramos todos los que le conocíamos. La irremediable y canalla realidad de su desaparición física me remueve sobre todo el estomago y el corazón, pero también la memoria. Y la memoria me acerca al hombre, al amigo, al niño eterno que Joe era; la memoria me susurra su voz cálida y cercana chapurreando ese español tan suyo, rico en giros y modismos populares. A Joe le excitaba explorar y paladear los recónditos y sugestivos recovecos de nuestro refranero, al que quizá consideraba –intuyo- el tesoro lingüístico callejero de un país y unas gentes que sin duda amaba, y expresivo de sus costumbres, ritos, frustraciones, esperanzas, penurias, deseos y algarabías varias. Acervo con el que él enredaba y jugaba con pasión e ingenio, haciendo sus propios pinitos: “La hora de la basura es la hora mas pura”, “pescadores sin durmiendo”, “¡que viva la peseita!”.

Esa misma pasión e ingenio las ponía en su forma vivir, de sentir, de amar…de darse, siempre espléndido y locuaz, imprevisible y divertido, ya fuera construyendo durante horas o días extraños o inútiles artilugios para solaz de niños y mayores, inventando divertidos dibujos que trasladaba a cuadernos o camisetas, para lo que solía ir siempre provisto de utensilios variopintos tal vez facilitados por algún Harpo Marx invisible, proyectando con tesón aventuras imposibles, o acarreando a todas partes miles de objetos y accesorios aparentemente inservibles pero a cada uno de los cuales su cabeza tenia reservada una inverosímil misión.

La desaparición de Joe está en la radio, en la televisión, en los periódicos, en Internet…Dicen los medios de comunicación que era un mito, una leyenda del rock & roll. Tal vez sea verdad; es más, seguro que es verdad. Pero mas importante aun, para los que tuvimos la enorme suerte de conocerle y compartir momentos con él, es que era un gran hombre, una fuente de energía e imaginación inagotables, capaz de colocar un preservativo-pantalla a una farola municipal y convertir el evento en multitudinario acontecimiento, en happening lúdico-rebelde-festivo apto para todos los públicos; un manantial de emotividad y ternura, capaz de preservar con mimo y grandeza de espíritu cualquier forma de existencia viva; un ser generoso y vitalista, con el que era imposible no tener empatía.

Pienso en Joe y veo sus banderas ondeando al viento de levante o de poniente; lo veo en su coche, primorosamente embellecido con pitas secas y otros abalorios vegetales, y también con frases escritas sobre el manto de desierto que lo cubre; lo veo con ojos excitados, arrastrándonos a descubrir un año mas la garganta cada vez menos infantil del prodigioso Niño de Olivares; lo veo en su Patio Party con botellas de todos los colores y tamaños arracimadas en sus manos; lo veo dentro de la piscina, de pie, estático, con un sombrero tejano –o tal vez de paja- y gafas negras mientras suena una cumbia remota; lo veo rodeado de niños -que le observan y escuchan arrobados y cómplices- tramando alguna instalación o ingenio, o algún itinerario o descubrimiento novelesco; lo veo acercarse con ojos pícaros como si fuera a contarte el mayor de sus secretos o un problema de envergadura, para acabar pidiendo tímidamente cualquier menudencia casera, tal vez un destornillador o un bote de mayonesa, si es con ajo mejor; lo veo, ya de madrugada y con el sol apenas escupiendo su primer claror sobre nuestras cabezas, musitando con contagiosa convicción aventuras futuras, las de pasado mañana o las del año que viene; lo veo arrebujando sus cosas en inciertas bolsas de viaje una hora antes de su vuelo de regreso, y perorando que ya no llego, que ya no llego, casi al mismo tiempo que por lo bajini me convoca a las delicias subsiguientes a su perdida del avión.

Esta vez sin embargo, Joe ha cogido otro avión, de ignoto recorrido, para el que no tenía billete. Algún desaprensivo debió ofrecérselo y el no supo rechazarlo. Sus banderas, sus cumbias, su candor y su contagiosa energía deben tener revolucionado al pasaje y a la tripulación.

Mientras su avión vuela, permaneceremos aquí, en este Sur que tanto amó, como vidrios rotos de esa penúltima copa tantas veces rechazada; como esquirlas inertes de ese ultimo verano que anidará en nuestra memoria como el penúltimo que pasamos con él.

Y mientras vuelve, sea del modo que sea, venga Joe, que no se diga…la penúltima, procuraré digerir esa melodía que –ahora sí- resuena abrumadamente en mi interior: Yot´ quierro y finito, yote querda, oh ma côrazon…

Madrid, 25 de diciembre de 2002.

Joselito.

 

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