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Parque Natural de Cabo de Gata - Níjar

«Homero era ciego, sin embargo seguimos viendo el Mediterráneo con sus ojos»

 


Homero era ciego, sin embargo seguimos viendo el Mediterráneo con sus ojos

…y no es la única mirada que queda reflejada en las letras, aunque sí tal vez la más poderosa. Hablar del Mediterráneo, nombrarlo sencillamente, nos traerá a muchos recuerdos de la infancia, a los que emigraron abandonando sus orillas y a los que viniendo del interior lo descubrieron. Es imposible no honrar al Mediterráneo en un enclave privilegiado como el Parque Natural Marítimo Terrestre de Cabo de Gata, uno de los últimos espacios de Mar Mediterráneo limpio y vivo que queda.

 

Serrat no sólo habla del Mediterráneo en su canción, si no de su litoral, el amarillo de “la genista”, ese matorral lleno de flores amarillas que tiñe laderas y con la que confundimos a menudo la “aulaga morisca” característica de esta tierra de volcanes. Habla también de sus gentes:



…A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino…

Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
tengo alma de marinero…

Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo…


Si bien la historia no se mide en millones de años como la geología, conocedores de que esta tierra estaba sumergida en el mar, hace tanto tiempo que apenas podemos abarcarlo mentalmente, si llegamos a imaginar un mundo hace unos cientos de años, los que nos separan del esplendor Mediterráneo y su cultura, que con tanta pasión refleja Alejandro Sawa:


“Ninguna cristalización definitiva de la armonía de vivir ha cuajado jamás entre brumas y heladas. Diríase que el progreso tiene necesidad de sol para alentar. Egipto, Grecia, Roma, las lejanías gloriosas de la Historia.

Del Báltico, del mar del Norte, yo no conozco sino bajeles piratas de los normandos. Mientras que el fecundo Mediterráneo es la ancha carretera semoviente, vía del Triunfo, donde el Dios ha mostrado muchas veces la faz amable que hace a los hombres buenos y dulce, como un panal, la vida. Para escribir un libro de rezos a la civilización habrá que titularlo El Mediterráneo


En la actualidad me llama la atención ver con qué familiaridad admiramos los cuadros de Sorolla “los mediterráneos” , en comparación con otras gentes, que admiran su luz sin sentirla a diario, y así nos sucede, desde la vivencia, con la obra de tantos pintores, escritores, cantautores…que han dedicado su obra a este Mar, que una vez se secó y que forma ahora parte de nuestra vida. Si has estado junto al Mediterráneo no puedes sentirlo nunca igual que antes. Añadiría al “mediterráneo vivo”, el que aún existe en esta tierra.


No puedo dejar de señalar las novelas de Manuel Vicent, probablemente el “autor mediterráneo” contemporáneo que más alusiones tenga a este mar, desde la nostalgia de la infancia hasta la sordidez de los edificios fantasmas de la costa actual, este escritor comentaba en una entrevista reciente:


“ El mar, literariamente, hay que trabajarlo como lo trabaja un marinero o un pescador. Sabes que está allí, que te da de comer, lo tienes dentro del cerebro porque lo has visto al nacer, pero no hay que exagerar con los adjetivos. Para nosotros no es un espectáculo, no es grandioso, como lo suele ser para alguien que viene de tierra adentro. Lo aceptamos tal como es, tranquilo o alborotado. Me hace mucha gracia, por cierto, el madrileño que viene de fin de semana, y quiere que ese día el mar esté como él quiere que esté. Y se cabrea si el mar está revuelto. Es sobrecogedor. “


Sería interminable hablar de los ríos de tinta, los tubos de pintura, los pentagramas, las leyendas o la historia que ha provocado este mar, que parece a menudo agonizante y que aquí, en este trocito de paraíso, sigue mostrándonos una vida increíble, sorprendente y bella, tanto en sus profundidades como en las orillas que baña y moldea lentamente.

Por eso hay que disfrutarlo, para poder “releerlo” desde el recuerdo y vivir de nuevo esta sensación vital , húmeda y salada, turquesa interminable a nuestra limitada vista que adivina que al otro lado está “el lejano oriente” sin llegar a divisarlo.

 

Fotografía Santiago Domenech: Palmeral de La Isleta del Moro

 

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